Quemar una obra de arte: el espíritu fallero del Valencia
Algo parecido a un estado de shock. Algo similar a una enorme tristeza. Quizás una mezcla de sorpresa, decepción, incredulidad o descolocación. Saltaba la bomba informativa del programa Tribuna Deportiva: Mateu Alemany podría dejar el Valencia. Tuve que leerlo dos veces. Me suele ocurrir a veces con informaciones de medios británicos cuando usan frases populares. Toca leerlo varias veces. Pues eso me ocurrió con esta información. La diferencia era, en cambio, que esta información era en castellano, pero no entendía nada, llegué a dudar si era real una fake new.
Tras una histórica temporada escenificada sobre el escenario del centenario del Valencia, con un final apoteósico que firmó el título de Copa del Rey contra el Barcelona y con la clasificación a Champions League, y con un verano que llamaba a la ilusión con buenos fichajes, rumores potentes mediáticamente y una tranquilidad casi inesperada... ¡saltó la bomba! De repente, de la nada, Mateu Alemany podía dejar el club. Y con él, Pablo Longoria. E incluso algo peor, Marcelino.
De repente, un proyecto que latía, que ofrecía un buen aspecto, que tenía una salud de hierro, parecía caer al vacío, sin control, descendiendo peligrosamente contra un impacto prácticamente seguro e inevitable. Y todo tras una reunión hace unos días en Singapur aparentemente normal y positiva. Aparentemente, claro, porque ahora, cuando todo está rodeado de llamas, parece que no era tan 'Alicia en el País de las Maravillas' como parecía. O igual sí, en su momento, pero no ahora, días después, cuando en silencio, en la sombra, se movieron ciertos hilos y decisiones que colocaban en el gran foco a Mateu Alemany.
La explosión fue rotunda. La repercusión surgía efectos antagónicos entre conocidos y extraños, entre aficionados propios y rivales. Pero todos con algo en común: sus dimensiones eran gigantescas. Alegría inmensa fuera del territorio valencianista. Tristeza máxima en los aledaños del escudo. Y evidentemente las consecuencias fueron inmediatas en la capital del Turia llevando de la mano, en el casi único camino, a aficionados y profesionales de los medios: era un error de dimensiones catedralicias. La afición del Valencia reaccionaba de forma automática y al unísono. Era casi una locura, rozaba el escándalo, incluso se situaba a escasos centímetros de una pesadilla. Leyendas del club, ex-jugadores, periodistas, aficionados. Mayores, pequeños, adultos, jóvenes. Todos. Absolutamente todos quedaban atónitos ante semejante golpe que se les venía encima sin saber desde donde, sin apenas poder hacer más que gritar a los cuatro vientos lo indignados que estaban.
¿Cómo podía ocurrir? ¿Por qué el Valencia no puede vivir más de 2 años de forma tranquila? ¿Por qué la inestabilidad y el sufrimiento son señales de identidad en Mestalla casi de forma tradicional? Tras un año histórico e inmensamente positivo, otra vez. De nuevo volvía a ocurrir. Saltaba la bomba y muchos quedábamos en fuera de juego, sin saber qué pensar, sin acabar de asimilar lo que estaba ocurriendo, sin querer aceptar que era realidad, que estaba volviendo a pasar.
Una gestión deportiva muy buena, con decisiones magníficas y, sobre todo, eficientes, productivas. Todo ello, parece, insuficiente ante un Peter Lim que desde su Singapur natal quiere manejar los hilos a su antojo. Y no a su antojo por capricho, sino fruto de una ignorancia deportiva, sentimental y lógica que le ha hecho tomar decisiones drásticas, explosivas, casi inmolando el proyecto del Valencia. Peter Lim no es del Valencia. Peter Lim no es el Valencia. Peter Lim no tiene ni idea de qué significa ser del Valencia (dudo que sepa de qué va eso de sentir amor hacia unos colores, en general, de cualquier equipo). Peter Lim vive en una burbuja económica en la que gestiona al Valencia desde su llegada como una empresa, como una inversión, y con todo su derecho (todo sea dicho) quiere tomar decisiones. Pero decisiones alejadas de toda lógica, sin sentido, fruto de una ignorancia del que quiere meter mano en algo que no tiene ni idea. ¿Imaginan a un electricista queriendo jugar a ser médico? Pues algo así, pero en un equipo de fútbol.
El futuro del Valencia parece incierto. Incluso si finalmente Mateu Alemany sigue en el club. Porque sí, tras la bomba (quizás fruto de las consecuencias sociales, quizás fruto del gigantesco cariño que seguramente ha recibido en forma de apoyo, quizás fruto de ciertos movimientos internos y ocultos de los jugadores) la primera reunión no desencadenó en el temido punto final. Muchos ven en ese minúsculo detalle un haz de luz que pueda ofrecer la posiblidad de que el proyecto no se venga abajo. Pero algo está claro: pase lo que pase, esto es un punto de inflexión.
Como diría la conocida canción "ya nada volverá a ser como antes..."
El Valencia y esa rutina llamada patiment.