No llores por mí, Superclásico
Este pasado fin de semana me tocaba trabajar. Me encontraba delante de mi ordenador en la redacción. Pendiente, expectante, incluso comiéndome las uñas sobre lo que iba a venir y acontecer. Era el Súperclásico argentino expuesto al potente foco de una final continental. “La final de las finales”, decían. Sabía que iban a pasar cosas, demasiadas cosas, y reconozco que quería que comenzara a rodar el balón para ir despejando todas las pruebas de reacción y publicación que se me iban a colocar sobre la mesa.
Pero no. Ni hubo partido, ni Súperclásico ni siquiera algo precioso. Una batalla hubo, sí, pero nada romántica, ni bonita, ni llena de pasión (que no os engañen si algún valiente o desviado se excusa en eso para intentar convenceros). Una basura sobrevalorada que ha expuesto sobre la mesa una falta de valores que sobrepasan cualquier barrera social, cultural, y por supuesto que nada tiene que ver con fútbol. Lo ocurrido en Buenos Aires desde el pasado sábado apesta. Tiene un cierto aroma a podrido, a tiempos pasados, a rancio, a misterio poco tranquilizador.
Pasaban los minutos, las horas incluso, y lo que era un primer impacto de “llegada pasional” de equipos al Monumental, donde el gran ambiente parecía ser la nota predominante (reconozco que siempre que veo fútbol sudamericano vivo en un fino hilo que me da vértigo), dio paso a una cascada de violencia, desagradables sucesos, imágenes surrealistas que requerían la firma de Alfred Hitchcock como mínimo.
Un autobús desprotegido de cualquier apoyo policial y de seguridad, lanzamiento de piedras que se traducía en ruptura de ventanas, primeros rumores de jugadores heridos, gas pimienta, niñas pequeñas siendo utilizadas para introducir bengalas al estadio, y violencia, mucha violencia, demasiada violencia. Lo siento, Argentina, lo ocurrido en las calles de Buenos Aires es la confirmación de una situación social que no es concebible en este siglo. No sé en cuál, porque sólo conozco dos personalmente, pero no en la actualidad. Y no, tampoco es fútbol, ni siquiera pasión por el fútbol.
Me fui a dormir contrariado la noche del sábado habiendo asistido desde mi residencia actual en la capital madrileña a un espectáculo, pero no el que esperaba ver. Es como cuando acudes a un estreno de cine esperando ver esa película que tan buenas críticas ha recibido, que incluso le han dado premios populares, y luego sales de sala casi indignado por haber dedicado un tiempo de tu día a semejantes imágenes. En este caso no me cobraron ni pagué por ello, pero era la misma sensación. Ni gran partido (por la suspensión), ni ambientazo (era violencia pura), ni espectáculo (estoy convencido de que una acto vandálico no puede ser considerado algo artístico).
El domingo no fue mejor. Volví a la redacción y asistí en directo a un nuevo emplazamiento de ese que iba a ser el partido del siglo. Y no, tampoco. Esta vez de forma oficial por la negativa de Boca Juniors. Pero asistí a algo que me dio una pereza difícilmente calificable. 24 horas después del esperpento vivido en todos los sentidos en las calles de Buenos Aires, misma historia. Relataba, narraba, una mujer aficionada de River Plate que la seguridad para entrar al estadio volvía a ser deficiente, volvía a ser mínima, generando una incerteza que no llamaba a la calma. Sí, apenas un día después, tras haber sido foco absoluto del descontrol, de la dañina y dantesca imagen mundial de la sociedad argentina. No, no habían aprendido. Nada había cambiado.
La aficionada denunciaba que las medidas de seguridad y control eran insuficientes, y todo ellos varias horas antes de que iniciara el encuentro. Esta mujer afirmaba que había ido con tiempo porque era madre de familia, porque quería evitar que sus hijos se vieran inmersos en un show dantesco, pero no. Y no porque ella no hubiera sido previsora, sino porque la organización había vuelto a ser dantesca, porque la seguridad volvía a ser casi nula, y en apenas horas volvería el caos, los nervios, y la violencia.
No quiero lanzar el dardo hacia la sociedad argentina en general. No. Sería racismo, y algo injusto. Pero creo que este Superclásico que ya ha resultado fallido ocurra lo que ocurra sobre el césped ha sido tan mediático y consecuente en las últimas horas porque ha puesto sobre la mesa mundial el problema ético, de valores y social que existe en la sociedad argentina. Y eso, damas y caballeros, ha sido un espectáculo dañino, incluso desagradable.
No llores por mí, Superclásico.