Kepa, Maurizio Sarri y un error de juventud
Estaba siendo una emocionante velada en Wembley. Dos grandes clubes, dos fantásticos entrenadores, uno de los mejores estadios del mundo y un trofeo en juego. Un Chelsea-Manchester City que llegaba tras un reciente 6-0 rotundo para los de Pep Guardiola y que iba a suponer una enorme prueba de fuego para los de Sarri.
Se resistían los goles. De hecho no llegaron hasta la tanda de penaltis. Pero en el último suspiro, sobre la bocina, estalló uno de los momentos más comentados, ardientes, y virales (como dicen las redes sociales) que se recuerdan en el fútbol inglés y en el fútbol en general.
Kepa había tenido problemas físicos en dos ocasiones. O al menos se tuvo que parar dos veces el partido para que fuera atendido. Ante este contexto, Maurizio Sarri quiso echar mano del banquillo, quiso dar entrada a Willy Caballero para sustituir a Kepa y, así, evitar que esos problemas musculares pudieran costarle caro al Chelsea en una tanda de penaltis que ya se avistaba en el horizonte. Entonces, saltó la bomba.
Kepa no quería salir. Kepa no quería ser sustituido. A gritos, desde la banda, desde el terreno de juego. Sarri exigía que saliera. Kepa insistía una y otra vez que no, que estaba bien, estaba recuperado, que no existía problema muscular alguno. Una situación que pasó de curiosa a surrealista tal y como pasaban los segundos. Una tensión que se palpaba, que iba convirtiéndose en tanteable. Se mascaba la tragedia.
Y el gran problema, el gran punto a subrayar. Existían dos posibles y rotundas realidades: Kepa estaba lesionado y Sarri quería retirarle del terreno de juego o, por otro lado, Sarri simplemente prefería a Willy Caballero (quien es un gran portero en el lanzamiento de penalti) para la tanda decisiva. Una de las dos era la correcta, la real, pero ninguna ocurría porque Kepa no quería salir.
Fuera un malentendido o no algo queda claro: Kepa se estaba negando a salir. El portero del Chelsea (quizás, seguramente, producto de su juventud) estaba desobedeciendo las instrucciones de su entrenador, su jefe, su superior. Se estaba negando a salir, estaba enfrentándose a la autoridad de Sarri. Podría estar recuperado, sus problemas musculares podrían haber desaparecido, pero el contexto estaba claro. No quería irse. No quería dejar el campo. Y es esto lo criticable, lo más grave del asunto.
Tras el encuentro, Sarri dejó claro que fue un malentendido, Kepa pidió perdón y quiso aclarar que todo fue una falta de comunicación. Ambas partes quisieron ir de la mano para echar un jarro de agua para apagar una hoguera que explotó durante el partido. Quisieron cerrar la polémica, dejar claro que no hubo rebeldía, pero el técnico sí aportó el matiz de la actitud del jugador, de su conducta durante esos minutos.
Kepa se equivoca. Por mucho que pensara que estaba recuperado y no debía ser sustituido, existe la dirección de un entrenador que no respetó. Quizás fruto de la juventud, quizás fruto de un estatus en el que los jugadores hacen y tienen todo aquello que desean. Todavía hay incógnitas, pese a las palabras públicas de ambas partes. Pero Kepa, reitero, se equivoca. Si Sarri decidió que debía salir del campo (fuera por lesión o por decisión técnica) el portero del Chelsea debía haber actuado en consecuencia, debía haber obedecido. Es algo obvio y nada cuestionable. Ahí se equivoca Kepa.
Y evidentemente de todo esto hay alguien que aprenderá mucho: es portero, es español y se apellida Arrizabalaga. Una actitud errónea de la que sabrá sacar las mejores conclusiones.
Ahora, la gran duda: ¿tendrá consecuencias deportivas para Kepa? ¿Seguirá siendo el portero titular del Chelsea en el próximo partido de los Blues?