Haciéndose un hueco en la mesa. O todavía no…
Son muchos los ríos de tinta que han corrido desde que por Primavera de este año se especulase con que su fichaje estaba cerrado con el Barcelona. Igual de numerosas que los rumores, las críticas han acosado a un jugador de categoría indiscutible, pero de personalidad lábil. Y, en la primera oportunidad que tuvo, cerró más de una boquita (incluida la de un servidor).
Griezmann afrontaba su primer partido oficial en el Camp Nou sin Messi, sin Suárez, sin Dembélé, sin Coutinho, sin Neymar… vamos, que era “el único”, tras tantos párrafos y párrafos donde se le sentaba prematuramente asegurando que había 4 o 5 jugadores por delante de él de cara a la titularidad.
Pero las lesiones, el mercado y, sobre todo, la vida…te pueden cambiar la vida. Así que el árbitro pitaba el inicio del partido y, si Antoine miraba a izquierda y derecha, todo lo que veía era a Rafinha y a Carles Pérez. El percal era curioso. Y, como siempre sucede cuando se pone el circo, los enanos te crecen. En esta ocasión, el enano fue un compatriota del campeón del Mundo, un tal Nabil Fekir, que ponía el 0-1 en el marcador. Tu primer partido en casa, sin otro grande a tu lado y, encima perdiendo.
Pero quiso la Diosa Fortuna otorgarle a Griezmann la oportunidad de decir “aquí estoy yo”. Dos goles suyos daban la vuelta al marcador y permitían que el Barsa respirase algo más de oxígeno tras verse con un 0 de 6 en el arranque de la temporada. Sin embargo, no fue un partido magistral del francés: quien se echó el equipo a la espalda fue un tal Sergio Busquets quien, pese a todas las críticas que también se han vertido contra él, demostró que todavía tiene cuerda para rato.
Aun así, Griezmann lo intentaba. Se asociaba como podía, recibiendo casi siempre de espaldas encimado por la defensa, dando pocas opciones a sus compañeros para sacar la pelota jugada. Porque metería 2 goles. Pero no aportaba soluciones. No te resuelve un partido. No es Messi. No te remata una lavadora. No es Suárez. Eso sí: hay que reconocerle que monta el show parecido a lo de Neymar, porque el momento “LeBron James” fue terriblemente patético.
Alguno podría decir que la opinión del que suscribe está sesgada por los sentimientos de animadversión que le profesa al nuevo jugador culé. Y es verdad. Pero tampoco se falta a la realidad, porque ni los propios jugadores del Barsa le reconocieron haber hecho un gran partido. Messi se abrazaba en redes sociales con un niño que debutaba esa noche y concentró más cámaras y miradas que el ariete francés. Sergi Roberto, es cierto, subía una foto con el francés a redes, pero ni le mencionaba ni le felicitaba. Nadie se acordará de él porque, en el fondo, hizo lo que se esperaba: ante la ausencia de los cracks, meter dos golitos.
Él dirá que ha empezado a separarse la silla de la mesa donde comen los mejores del mundo y que en breves se sentará con ellos. Pero la realidad es que ha hecho el trabajo del sparring, ese intento de boxeador que tuvo su oportunidad de levantar un cinturón pero que no fue capaz y ahora sirve para que las jóvenes promesas cojan ritmo de combate.