El fútbol vuelve a ser fútbol
Afirman que la normalidad empieza a hacer acto de presencia. O algo parecido a ello. Uno de los detalles más celebrados en las últimas semanas es la vuelta a los estadios de fútbol de los aficionados. En diferentes porcentajes, con diferentes volúmenes de gente, con grandes diferencias entre países (por las medidas de cada territorio), pero generando poco a poco ese ambiente natural tan innato que vuelve a convertir al fútbol en un deporte atractivo.
Durante meses nos vimos obligados a ver un deporte sin alma, sin ambiente, que se había traducido sin complejos en esa corriente que tantos critican de fútbol-negocio. Parecía que los jugadores eran inmunes, inmortales, que a ellos no les afectaba la enfermedad, que podían mantener contacto directo y a nadie parecía importarle. Se quitaron las caretas de forma rotunda y lo importante (más allá de la salud) era cumplir los contratos.
Nos acostumbramos a ver gradas vacías, con carteles que intentaban de forma ridícula hacernos creer de que eran aficionados, con recreaciones visuales y sonoras de público y ambiente. No era fútbol. Era como estar presenciando un campeonato de Esports. Ordenadores generaban público virtual falso de dudoso gusto. Había encargados que introducían efectos de sonido provenientes de videojuegos (¿qué habrá sido de ellos, por cierto?).
Pero, por suerte, aquello ha pasado. O al menos ha evolucionado mucho hacia ese escenario conocido por todos en los que el ambiente humano, social, provoca las reacciones y no con acento virtual. No es el mismo ambiente en todos los países. Por ahora, de momento, las ligas se ven sometidas a medidas muy diferentes según las medidas y restricciones impuestas por sus respectivos gobiernos, pero lo cierto es que la simple presencia de más o menos personas psicológicamente ayuda a la vuelta de aquello que sentíamos lejos y perdido.
Algunas ligas ya tienen sus gradas a pleno rendimiento. Otras están en camino. Pero la sensación innata de amar este deporte ya ha vuelto. Nada ni nadie podrá igualar un "Yes!" de los aficionados ingleses, sus cánticos, su forma de vivir. Nada ni nadie podrá igualar la bonita historia de un abuelo o un padre yendo al estadio con un niño.
Y es indudable que esto está devolviendo estatus reales a muchos equipos que tenían en sus respectivos estadios, en su gente, un valor gigantesco para recibir rivales. Siempre se ha hablado de ambientes diferentes, difíciles, y eso no lo generan las infraestructuras o el césped. En primer lugar, claro está, los equipos, pero sin su afición muchos conjuntos habían perdido un factor de presión hacia los rivales que era casi vital.
Estadísticamente quedó demostrado que, con las gradas vacías, el porcentaje de puntos obtenidos por visitantes había crecido. Eso no era fruto de la casualidad. Era el claro ejemplo del poder social del fútbol, era el principal argumento que consolida el papel de las aficiones cuando se les menosprecia convirtiéndoles en meros consumidores o clientes, y no en gente que tiene sentimientos y que apoyan anualmente a sus colores.
La gente vuelve a las gradas y es una de las más satisfactorias sensaciones que se pueden percibir. En algunas ligas todavía no está al cien por cien, pero estos primeros pasos ya están sirviendo (como escribía líneas atrás) para que algunos equipos recuperen estatus, para que el fútbol vuelva a tener espíritu, para que este maravilloso deporte vuelva a ser el que enamora a millones y millones de personas en todo el mundo.
Han vuelto los aficionados. Ha vuelto el fútbol.