El arte de saber perder
Se ha hablado mucho este fin de semana de lo ocurrido en el Estadio de la Cartuja. Evidentemente, era una de las grandes citas futbolísticas por lo que había en juego, por el enorme valor simbólico del partido, por la rivalidad deportiva de los equipos participantes y por otros ámbitos extra-deportivos que siempre suelen acompañar a este bonito duelo vasco.
La Real Sociedad alzó al cielo hispalense el título copero tras batir al Athletic Club por 0-1 gracias al gol de penalti de Mikel Oyarzabal. El conjunto donostiarra se alzó con el título liguero y firmó un prestigioso triunfo que vuelve a honrar el valor de un torneo que había venido siendo desprestigiado durante años cuando los campeones se limitaban a una pequeña lista de clubes.
Victorias como esta de la Real Sociedad o la del Valencia en 2019 añaden un valor extra para un trofeo que había perdido interés para muchos aficionados viendo la aburrida rutina adquirida en la última década.
Y allí, en el mismo terreno de juego donde había ocurrido todo, donde la Real Sociedad había ganado la batalla deportiva ante el eterno rival doméstico en territorio vasco, se pudieron ver dos gestos que honran la deportividad y el valor ético que muchas veces se olvida en este deporte en favor de otros guiones más polémicos, absurdos y casi vomitivos.
Quiero destacar la imagen de Iker Muniain y el gesto de Íñigo Martínez.
Seguramente, si os pregunto sobre la imagen de Muniain la primera que os venga a la mente será la del capitán tocando el trofeo de la copa justo a la salida de equipos. Pero hubo otra que fue mucho más reseñable, más ética, más destacable, más educativa y muchísimo más valorable. Fue durante la celebración de la Real Sociedad en el escenario, cuando Illarramendi llegó (como pudo, por cierto, por sus problemas físicos) con el trofeo. Un precioso plano televisivo que fundió la alegría del conjunto donostiarra en primer plano, desenfocado, con Muniain al fondo, enfocado, aplaudiendo al rival, reconociendo el mérito conseguido.
Se habla del gesto tocando la copa y muy poco del reconocimiento que firmó ante la derrota. Yo mismo compartí la primera, y no la segunda. Si alguien quiere catalogarme de algo (porque esto funciona así) diré que de la primera encontré una buena imagen gracias a la agencia EFE mientras que de la segunda, al ser un plano televisivo, no quise compartirla porque sé que es una imagen televisiva y para evitar problemas de derechos preferí mantenerme al margen.
Dada esta explicación que nadie me ha pedido, continuemos.
Iñigo Martínez dejó otro de los grandes momentos de la noche dejando claro que la derrota es el mejor argumento para la mejora, para mostrar el verdadero carácter de una persona. Ante los golpes, ante la impotencia, es cuando se muestran las versiones más acentuadas y en este sentido el futbolista del Athletic Club dejó un momento maravilloso.
Es cierto que él jugó en la Real Sociedad, que fue un equipo que marcó notablemente su carrera y que allí guardará grandes amigos y conocidos. Pero su gesto no tuvo límites, no fue selectivo. Saludó tras su derrota a los rivales de forma digna. Conocidos (por haber coincidido con ellos) y extraños (por ser simplemente los rivales que le habían ganado). No seleccionó. Simplemente se rindió a la evidencia de un equipo que les ganó sobre el césped. Las imágenes difundidas por la RFEF dignifican a un futbolista que despertó muchos comentarios cuando decidió dejar Donosti por Bilbao hace unos años.
Muniain e Iñigo Martínez. Dos imágenes. Dos momentos. Dos jugadores que, ante la derrota, ante la decepción, ante la tristeza, se mantuvieron al margen de cualquier impulso y analizaron en caliente el contexto supuestamente contrario a sus intereses. Dos gestos extraordinarios que deberían servir de ejemplo para mayores y pequeños. Dos actitudes que han hecho menos ruido del que merecen, aunque esto ya no sorprende.
En el fútbol, como en la vida, hay que aprender a hacer frente a los golpes y valorar realmente lo ocurrido. Sin buscar justificaciones egoístas, egocéntricas, sin buscar polémicas, sin menospreciar lo ocurrido.