Tomen asiento: vuelve la Champions

Confieso tener una contradicción. Estoy ansioso por ver esta Champions League, pero al mismo tiempo todavía me estoy reponiendo de todo lo vivido el curso anterior. Casi sin darnos cuenta, casi todavía haciendo la digestión de aquella histórica noche del Bayern contra el Barcelona, casi todavía digiriendo aquellas noches veraniegas con Bayern, PSG, Atalanta, RB Leipzig como protagonistas. Pero es así. Casi sin darnos cuenta han pasado ya varios meses y la nueva campaña del torneo europeo está aquí.

Lo digo nuevamente. Lo digo cada año. Algún día acertaré, como dirán los malpensados. Pero estoy convencido. Mi favorito es el Manchester City. Lo dije el año pasado, y lo vuelvo a decir. Veo pocos equipos que estén mejor preparados que este megaproyecto de Pep Guardiola. Es una de las mejores plantillas del mundo, sin lugar a dudas. ¿Mejor que el Bayern de Múnich? Mejor no lo sé, pero permitidme una contrapregunta. ¿Es mejor el Bayern que el Manchester City? Yo no lo tendría tan claro. Equiparables, quizás.

Es mi opinión, y así lo confieso. Digo esto porque quería aprovechar este texto para confesar otros aspectos. Parto de lo deportivo, pero me expando más allá. La copa de Europa es un torneo especial. Un campeonato que enfrenta culturas, pueblos, países, raíces históricas. Un torneo que saca de su contexto doméstico a los clubes, que les hace enfrentarse a situaciones climatológicas diferentes, que convierte las previas en viajes largos de avión, en noches fueras de casa para los jugadores. Y, evidentemente, en un contexto normalizado, ambientes de estadios socialmente diversos, en un idioma diferente al conocido.

La copa de Europa es maravillosa. Es maravillosa, pero confieso que vivo dos torneos. Por una parte, la Fase de Grupos. Por otro lado, el resto. Y lo divido así por varios motivos: personal y laboral. Es así. Me encanta la Fase de Grupos a nivel personal, pero la carga de trabajo es inmensa. Celebro profesionalmente cuando acaba. Sin embargo, cuando acaba, cuando llegan los Octavos de Final, mi postura se da la vuelta. Lo agradezco a nivel profesional porque hay menos partidos, menos carga de trabajo, más tiempo para analizar, subrayar y reflexionar, pero a nivel personal tiende a aburrirme. Me aburre porque, por mucho que deseemos, por mucho que soñemos, siempre acaba pasando lo mismo. Sobre todo estos últimos años. Sí, se cuelan equipos diferentes en rondas finales, pero acaban levantando el título los mismos, los de siempre. ¿Qué emoción tiene eso?

Quiero ver a Camavinga en el torneo más especial, al Sevilla en Stamford Bridge. Quiero ver a Lukaku contra Sergio Ramos, a Cristiano Ronaldo junto a Messi frente a frente de nuevo. Quiero ver a grandes equipos teniendo que hacer enormes trayectos de miles de kilómetros a lugares lejanos como Kiev, Moscú, Estambul o Krasnodar. Quiero ver de nuevo esos estadios europeos en noches continentales. Quiero ver al Manchester City de Pep Guardiola de nuevo intentando el gran reto. Quiero ver al PSG intentándolo, también, de nuevo tras caer sobre la orilla. Quiero que un martes cualquiera se convierta casi por arte de magia en un día especial. Quiero ver decenas de detalles.

Vuelve la Champions. Vuelve el torneo que nos marca de niños, de niñas, que sigue ahí durante el resto de nuestras vidas. Una copa de Europa diferente por el contexto sanitario del coronavirus, pero que hace nacer cierta esperanza (ignorante o no) de poder ver público en las gradas, de ver esos ambientes del viejo continente dándolo todo, expectante.

Mi favorito, reitero, el Manchester City. Aunque me temo que siempre acabará pasando lo de siempre, lo ya escrito mil veces. Ojalá me equivoque en estas líneas escritas en el mes de octubre, pero dejadme que siga soñando, como hago desde hace años en cada uno de mis días.