Los que celebran las derrotas de Guardiola
Pep Guardiola es esa ex-pareja que te tenía enamorado. Locamente enamorado. Esa pareja con quien ibas a establecer tu proyecto de vida y que era perfecta. Pero un día se fue, se rompió la magia. Y lo peor de todo: te dejó. No fue decisión tuya. Te dejó. Y el dolor se cristalizó, el dolor fue mucho más latente, mucho más acentuado y años después sigue ahí apretando como si fuera una pérdida imborrable.
Es una obsesión. Siempre que pierde, siempre que cae derrotado, siempre que cae eliminado. Siempre aparecen los del discurso de la mentira, el discurso de que es mucho peor entrenador de lo que se dice, el discurso de que sin Leo Messi es un buen entrenador sin más. Sí, los mismos discursos de siempre. Los copia y pega de los (supuestos) expertos de las redes.
Guardiola es un entrenador mayúsculo cuyo máximo fallo está siendo no volver a ganar una Copa de Europa desde su salida del Barcelona. Disculpen, pero no he podido emitir una pequeña sonrisa irónica al escribir las anteriores líneas. Es como pedirle a alguien que saque 10 siempre en un examen, como pensar que todos los años te va a tocar la lotería y si no la ganas eres un fraude, como pensar que tus fotos de Instagram son de verdad y no postureo. Seamos serios, por favor.
Ganar la Premier League es facilísimo con ese mega-Manchester City que tiene a su disposición. Sí, el año pasado la ganó por un sólo punto de diferencia contra el Liverpool de Klopp y este año no ha podido conseguirla. Pero oye, cuando la gana “Bah, con ese equipazo...”. Pues no, ladies and gentlemen. No la está ganando, pero ese argumento ahora resulta que queda olvidado. Lo mismo decían de la Bundesliga. Todo con el único objetivo de vomitarle en encima, de tirar todo por tierra, de lanzar basura contra su figura porque... ¡no es campeón de Europa! Dios mío, qué sacrilegio. Zidane tampoco lo ha sido este año. Ni Jurgen Klopp, ni Simeone, ni Mourinho, ni Maurizio Sarri. Pero ¡qué malo es el Pep!
Guardiola rompió corazones durante su etapa en el Barcelona y el dio deportivo-social-político que hay detrás de su figura sigue coleando casi una década después. El técnico catalán hizo daño. Muchísimo daño. Un daño que sigue sin cicatrizar porque ahí siguen sus haters. Ya sería mucha casualidad que todo esto viniera de gente que son rivales del Bayern de Múnich o del Manchester City. Soy demasiado ingenuo para pensar lo anterior, lo reconozco, pero habrá que darles algún argumento lógico a esta corriente popular que tiene en la diana constante al de Sampedor.
No gana la Champions League. Es una realidad incontestable. Es la realidad objetiva. La que te pongas como te pongas no podrás decir en contra porque harás el ridículo. Pero, de ahí a fracasar, de ahí a decir que es una mentira de entrenador... Aunque, claro, luego uno piensa que el 70/80% de los comentarios vienen de un sector social, digamos, “diferente” (a veces soy demasiado correcto. Debo apuntarlo en mi lista de cosas a intentar cambiar), entonces, todo cobra otro sentido.
Claro que no gana la Champions. Claro que es su máximo objetivo. Claro que el Manchester City invierte cientos de millones de libras anualmente para conseguirlo. Claro que el City Group le fichó para competir y llevar el máximo trofeo europeo al Etihad Stadium. Claro, claro que sí. Pero ya está. La vida sigue. Es como, reitero lo escrito párrafos atrás, llamarle fracasado porque no ha vuelto a escribir un bestseller, porque no ha vuelto a encontrar la vacuna más importante de la Historia, porque no ha vuelto a meter un triple sobre la bocina que da la victoria.
Son cosas extraordinarias que pasan cada cierto tiempo. Son hechos maravillosos que marcan un antes y un después. Ni siquiera trabajando exclusivamente para ello 24 horas al día vuelven a ocurrir a corto plazo. Es lo genial del libro dorado que nos dejó Guardiola. Un libro que a muchos dolió leer porque echó por tierra sus sueños, su estatus intocable, su ego, su felicidad.
Pep Guardiola es un entrenador magnífico. Algún día lo conseguirá, seguro, pero claro, el argumento del “Claro, ya le tocaba, después de haber gastado más de 1.000 millones...” ya está preparado.