El VAR, su polémica y sus misterios

Podría resumir las siguientes líneas en un bostezo. Un bostezo de esos largos, de los profundos, de los que casi producen placer al poder expresar semejante sueño, aburrimiento o cansancio. En este caso, los dos últimos. Aburrimiento y cansancio es lo que me produce el VAR, su uso, su polémica y la misma sensación de siempre, de rutina, de rutina cansina.

Recuerdo aquel día en el que estaba tomando un café, leyendo el último número del The New Yorker, cuando entró en el segundo piso de aquella cafetería céntrica aquel sabio, aquel experto en todo, aquel experto en nada que afirmó en voz alta, sin que nadie le preguntara, que "el VAR va a acabar con la polémica".

Lo anterior era una sencilla distracción romántica para darle algo de elegancia a una situación que roza el ridículo, que sobrepasa la ética, que ha destapado una corriente de olor putrefacto que vuelve a dejar claros síntomas de esos hilos existentes que manejan situaciones, resultados y destinos.

Unos hilos invisibles para unos (los que no creen en la manipulación). Unos hilos gruesos de color llamativo (los que afirman que todo está orientado y basado en un algoritmo de ideas concretas centradas en los intereses de equipos concretos) para otros.

El VAR no ha acabado con la polémica. Habrá mejorado alguna que otra situación, pero no, no ha acabado con la polémica. De hecho, todo lo contrario. La ha aumentado, ha creado nuevos fuegos antes inexistentes. Antes la culpa era del árbitro, y ya. Ahora es culpa del árbitro, del realizador, de la productora que maneja las imágenes, incluso de los operadores de cámara.

Debemos ser justos con el VAR. Sí, ha evitado algunas polémicas. Entra bien en acción a la hora de evitar goles en fuera de juego, acciones concretas, pero no ha acabado con los errores, ni tampoco ha impuesto el cien por cien de la pulcritud ni la justicia.

Existen jugadas que siguen siendo imposibles de ser arbitradas al cien por cien. Un plano cuyo punto de fuga u orientación no es el correcto y ¡Pum!, ya tenemos lío. Jugadas que, pese a todo, acaban siendo sentenciadas y decididas por la vara de medir de un árbitro, de esa misma persona que por muy profesional que sea acabará dictaminando sentencia bajo su punto de vista, bajo su experiencia subjetiva.

Todo ello sin hablar la lentitud de las decisiones. ¿En serio? ¿De verdad la herramienta es tan lenta? Me niego a pensar que es así. Me niego porque en otros países no es así, no es tan lento, no se tarda tanto en decidir, no tardan tanto en aparecer las imágenes. ¿A qué se debe esta enorme diferencia? ¿Por qué cuando el VAR entra en acción la decisión se toma en directo viendo las mismas repeticiones que ven los aficionados en casa? ¿Para qué están los árbitros del VAR entonces?

Es de risa ver cómo los colegiados revisan las jugadas al mismo tiempo que la gente en casa. ¿Para qué están los encargados de la sala VOR (Video Operation Room) si no tienen toma de decisión rápida? En fin. Un bostezo.

El VAR aburre. Aburre en parte de su funcionamiento y aburre a la hora de no poder cubrir el cien por cien de las decisiones de forma correcta. Entonces, entra en acción el árbitro. Es decir, decide el de siempre, pero retrasando y parando el partido, perdiendo tiempo, relentizando el choque, enfriando las dinámicas de los equipos. Y encima sin criterio fijo. Ya saben eso de que la misma jugada, casi clavada, se pita una cosa u otra en áreas diferentes. Digamos que es curioso. Sí, lo dejaremos en que es curioso.

VAR