Hannibal Suárez


Hace menos de una semana se celebrara el trigésimo primer cumpleaños del nacimiento de un futbolista que, deportivamente, no tiene parangón. Peinas la oferta actual de jugadores para su posición y poquitos aguantarían una comparación con él. Fuerte, duro, no rehúye un combate, un olfato goleador incomparable, posicionamiento, desmarque, zancada, pegada… lo tiene todo. Pero a veces se le pela el cable.


Muy prontito dio el salto de cruzar el charco y aterrizó en el Groningen neerlandés donde si alguien tuvo la suerte de poder verle ya se le observaron ciertos comportamientos que posteriormente repetiría en otros marcos más accesibles al público general. Se mudaría a la capital Holandesa tan solo un añito después donde no sólo se convertiría en estandarte de todo un floreciente Ajax, sino que ya mostraría su lado más oscuro. Pero tendremos tiempo de hablar de eso.


Seguía metiendo goles, siendo un depredador del área y no dejaba indiferente a nadie. 3 años en el Ajax le sirvieron de currículum para ganarse un puesto en todo un Liverpool no sin haber recibido muchas ofertas previas de otros clubes. Literalmente, se sale. Los goles se le caen de los bolsillos, siempre jugador clave en el conjunto inglés y muchos premios individuales, si bien colectivamente apenas ganó una Copa de la Liga. Sin embargo, también tendría tiempo para liarla dos veces más que, de nuevo, ya hablaremos de eso.


Con unos números impresionantes a las espaldas, lo único que se necesitaba era dinero, porque con tener ojos en la cara se percibía que el delantero uruguayo era de los mejores del mundo y posiblemente el mejor en su posición. Con su fichaje por el Barcelona culminaba una carrera deportiva difícil de igualar. Messi o Neymar, compañeros de lujo para asociarse y ofrecernos un festival de goles cada año. Tampoco su rendimiento ha sido malo con la selección nacional en todos éstos años: ganador de una Copa América, ya atesora más trofeos de combinados nacionales que el mejor futbolista de la historia. 


Sin embargo, el relato de lo que le sucede al Doctor Henry Jekyll hoy, no me interesa. Hoy toca centrarse en Edward Hyde. Toca pegarle una buena patada al monstruo que habita bajo la piel del astro uruguayo. Habituado al juego brusco, al cuerpeo y a tener que hacerse sitio, se vale de ciertas artimañas que no deberían tener cabida en el fútbol. Codazos. Patadas. Escupitajos. Mordiscos. Xenofobia. Racismo. De haber vivido estos últimos años en Inglaterra habría pasado más partidos en la grada que sobre el césped, pues casi sale a moviola por jornada.


Su primera gran víctima fue Otman Bakkal, jugador del PSV en aquel entonces. Atesorará con infausto recuerdo la marca de la dentadura de Luis Suárez para toda su vida. Ese cortocircuito le costó 2 partidos. Luego vino Evra, ya en su época en el Liverpool. El francés, militando en el United, se quejó de insultos racistas. Finalmente, fue castigado económicamente, aunque las hostilidades entre ambos continuaron. Todavía se recuerdan los botes que pegaba Evrá delante de Luis Suárez tras una victoria cobrándose su vendetta personal. La última que tuvo en Inglaterra fue con Ivanovic, otro mordisco tras robarle éste el balón. Las imágenes son brutales. 10 partidos le cayeron en aquel entonces, además de un paseo de la vergüenza pidiendo perdón públicamente.


Pero sin duda ninguna, el suceso más vergonzante sucede en el interludio entre el Liverpool y el Barcelona disputando la Copa Mundial de Fútbol de 2014. Su tercer mordisco, con una tercera camiseta. Su tercera víctima, Chiellini. La reincidencia le costó tan cara que estuvo apartado 4 meses de los terrenos de juego. Incluso se le prohibió jugar al FIFA en una consola. Estuvo hasta finales de Octubre sin jugar.


Pero lo peor no es por lo que se le ha castigado. Una persona puede cometer un error. Se subsana si se puede, se le castiga en consecuencia y se procura que corrija su actitud. Puede volver a equivocarse. Y otra vez. Y la siguiente. Pero lo de Luis Suárez excede el error. Luis Suárez hace de la violencia su forma de vida. Jornada tras jornada agrede a sus rivales de una u otra forma. Y nunca se le sanciona. La última es una patada completamente fuera de lugar a Duarte, jugador del Alavés. La próxima puede ser contra el Valencia en 2 días. O en Liga contra el Espanyol el Domingo. Porque volverá a pasar. Se le volverá a pelar el cable. Y ya no mentemos los menosprecios reiterados a los colegiados en cualquier campo al que va. Pan nuestro de cada día.


Luis Suárez es un futbolista que podría ser un tío 10: familiar, simpático, buen futbolista… pero es sentir el olor de la hierba cortada y se transforma en un animal sediento de sangre que no hace prisioneros. Ni los goles son capaces de paliar su necesidad de contacto físico injustificado. Ese tipo contra el que no te gustaría enfrentarte.